listen

Mi ♥

Mi ♥
mutante

Síganme los buenos

31/8/10

ELMQY


Dice , despues no se acuerda,
Se queja, despues no se acuerda
Pelea, despues no se acuerda
Molesta , despues no se acuerda
Se rie , despues no se acuerda
Se abre , despues no se acuerda
Pregunta, despues no se acuerda
Sueña ,despues no se acuerda
Miente?,despues no se acuerda
Digo, se acuerda
Me quejo, se acuerda
Peleo, se acuerda
Molesto, se acuerda
Me rio, se acuerda
Me abro, se acuerda
Pregunto, se acuerda
Sueño, se acuerda
miento?, se acuerda
Dice , me acuerdo
Se queja,me acuerdo
Pelea,me acuerdo
Molesta , me acuerdo
Se rie , me acuerdo
Se abre , me acuerdo
Pregunta,me acuerdo
Sueña ,me acuerdo
Miente?,me acuerdo
Digo, despues no me acuerdo
Me quejo, despues no me acuerdo
Peleo, despues no me acuerdo
Molesto, despues no me acuerdo
Me rio, despues no me acuerdo
Me abro, despues no me acuerdo
Pregunto, despues no me acuerdo
Sueño, despues no me acuerdo
miento?, despues no me acuerdo


"eres lo mismo que yo"

.


"Haz que se pregunten por qué sigues sonriendo"
Kirsten Dunst (Elizabethtown)

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30/8/10

-


Le dije que
se buscara una mas hermosa que yo...
la musica



Vincent(corto)

"Vincent pinta, y de vez en cuando lee cuentos.
Mientras otros niños leen tebeos de acción
a Vincent es Edgar Allan Poe quien llama su atención."


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Los placeres raros son los que más nos deleitan.
(epicteto)


27/8/10

O


Bien están los buenos pensamientos,
pero resultan tan livianos
como burbuja de jabón,
si no los sigue el esfuerzo
para concretarlos en acción.
(Gaspar Melchor de Jovellanos)



leccion numero 51

-


fucking rutina

26/8/10

algun dia volvere a tener un gato ...






"La elegancia quiso cuerpo y vida, por eso se transformó en gato."
(Guillermo de Aquitania)

-

Capaz no es que sea FRIA , capaz tengo Alexitimia





TEST: http://espectroautista.info/tests/emotividad/expresividad-emocional/OAQ

24/8/10

El gato negro



No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.

Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.

Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.

Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.

El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.

La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.

No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.

Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.

Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.

Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.

Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.

Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.

Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.

Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.

El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.

Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!

Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.

Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.

Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.

Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.

El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.

No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".

Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.

Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.

Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.

-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.

Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.

Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

23/8/10

-


Just like the movies.
That's how it will be.
Cinematic and dramatic with the perfect ending.
It's not like the movies,
But that's how it will be.

"Si yo me muriera, reencarnarí­a en mariposa, nadie sospecharí­a de una mariposa" (Bart)


Que flashero este vestido

-


Y la ignorancia
es tu perro fiel
cada minuto que te perdes
es un ladrillo en la pared
dejandote solo.
Cuando la excusa es solo glamour
vas olvidando este lado al sur
abri los ojos de una vez
no estamos a oscuras

21/8/10

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Que buen viernes ,x el amor al chancho !


20/8/10

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JAJAJA
creo que desde los 8 que vivo haciendo esa cara a mi vieja,
lo enfermante que es ,la odia


Porque bajo el agua el miedo inhala envidia al exhalar
Como se hace pie en donde no hay fondo que tocar?
Los pecados lavados
Ahogan si cuestionamos como respirar alla, o acá

Porque bajo el agua hacen pie los que saben nadar
Los más aptos viven para ver al resto terminar
Silenciados, ahogados
Por los seleccionados

-


No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir.
Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia.
Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño.

Bill Hicks




El mundo se parece a un paseo en un parque de diversiones.
Va de arriba abajo, da vueltas y vueltas.
Esto tiene emociones y frialdad y es intensamente coloreado, es muy ruidoso y es divertido, por un rato. Algunas personas han estado en este paseo por un largo tiempo y empiezan a preguntarse, ¿es esto real, o es sólo un viaje? Y otras personas han recordado, y se vuelven hacia nosotros, y dicen, "hey – no te preocupes, no tengas miedo, jamás, porque, esto es sólo un viaje..."
Y nosotros... matamos a esas personas.
Ha ha
"Cállenlos."
"Tenemos mucho invertido en este viaje.
Cállalo.
Mire mis arrugas de preocupación.
Mira mi gran cuenta corriente y mi familia.
Esto tiene que ser real."
Es sólo un viaje.
Pero nosotros matamos a esos buenos tipos que nos trataban de decir eso, ¿te has dado cuenta?
Y deje a los demonios volverse locos.

Jesús asesinado;
Martin Luther King asesinado;

Malcolm X asesinado;
Gandhi asesinado;
John Lennon asesinado;
Reagan.... herido.
Pero no importa porque: Es sólo un viaje.
Y podemos cambiarlo cada vez que uno quiera.
Es sólo una opción.
Ni esfuerzo, ni trabajo, ni ahorros o dinero.
Una opción, ahora mismo, entre el miedo y el amor.

Los ojos del miedo quieren que pongas cerraduras más grandes en tus puertas, que compres armas, que te cierres.
Los ojos del amor, en cambio, nos ven a todos como uno.
Esto es lo que podemos hacer para cambiar el mundo, ahora mismo, para un mejor viaje.
Toma todo ese dinero que gastamos en armas y defensas todo el año, y en cambio, gástalo en alimentar, vestir y educar a los pobres del mundo, que muchas veces más, ningún ser humano será excluido, y podremos explorar el espacio, juntos, ambos exterior e interior, para siempre, en paz.
Muchas gracias, han sido excelentes
.
(Efectos de sonido de tres disparos, Hicks pretende caer muerto, las luces bajan.)

19/8/10


QUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUIERO VIVIR SOLA ASI PUEDO TENER UN GATITO
ES MUCHO PEDIR?

-

we saw ourselves now as we never had seen.
portrayal of the trauma and degeneration,
the sorrows we suffered and never were free.
Where have they been?
where have they been?



&







18/8/10

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Leo tiene un trauma ,en sus peliculas ve a sus mujeres muertas
es la culpa culpa culpa (?





-

-


Le prohibieron la manzana
solo entonces la mordió
la manzana no importaba
nada más la prohibición.

17/8/10

-




Ultimamente estoy teniendo unos sueños ,realmente locos,son tan buenos, tan delirantes, tan reveladores, que me dan ganas de estar duermiendo todo el dia ,estoy como los viejos en inception (peli) que hacian los viajes compartidos por mas de 40 horas de sueño (dentro del sueño ) x q el sueño se habia vuelto su realidad.

5 min = 1 hora en el sueño
Bueno a eso no quiero llegar, vivir soñando ? si divino :| para eso que me choque un auto y quedo en coma toda mi vieja soñando algo mejor -'?
nah ,a lo que iba , es que tuve un sueño revelador ( va ya lo sabia ,en parte )pero vamos a usar la excusa del sueño asi me siento mejor ( todo psicologico, todo psicologico)
Tengo dos opciones:
1-Dejar que las cosas pasen naturalmente (tarda mas y puede que no funcione)
2-Ponerme las pilas de una vez y tomar el control

1 o 2?1 o 2?1 o 2?1 o 2?1 o 2?1 o 2?1 o 2?1 o 2?1 o 2?1 o 2? La cosa es que siempre me gustaron los numeros pares, nose, le tengo desconfianza a lo impar , asi que sera la dos eeh

-

No solo coincido con esta frase, sino que pienso que la gente cuando crece en algun momento se pierde, se olvida quien fue , que pensada ,algo los hace cambiar, tal vez sea parte del proceso de madurar , no se .
Esta bien que por ejemplo, tener un hijo ,lo cambia todo, lo tengas a los 16 o a los 30 , es inevitable que cambies ,"que madures" ,dejar de hacer algunas cosas para criar un hijo , bla bla bla, pero me molesta la hipocresia de la gente mas grande, de la mayoria que conozco.
Siempre ,tuve que escuchar quejas sobre los adolescentes de ahora que tomam mucho, que son todos drogadictos, que no les importa nada , que solo piensan en joder, que se juntan a boludiar.
Primero que no es asi, no salimos todos de una maquina ,pasamos por la cadena de montaje , nos controlan que estemos bien y seamos todos iguales ,pensemos igual ,y listo ,estamos listos para el mercado de idiotas!
Que salgas y te diviertas no significa que tengas fosforos por cerebro y que con tus amigos no hables de cosas importantes, que esperanza que le tienen al futuro de este mundo, somos todos idiotas por igual ehh
Segundo, me van a decir que todos estos vejetes no fueron pendejos? no salieron ? no tomaron ? no se drogaron ? aunque sea una vez o ninguna , capaz que alguno nunca pudo disfrutar su adolescencia y ahora es un viejo amargado que disfruta de tirar mierda a los demas , o capaz que si pudo pero como dije en algun momento se perdieron.
Juro solemnemente que si algun dia tengo hijos ,obviamente le voy a poner limites(mas ahora que cada vez vienen peor) me siento como una vieja diciendo eso ,pero es verdad , pendejas de 13 años estan en cosas que NO deberian pasar (ok, esta bien ,eso le debio pasar a mis viejos cuando yo hacia cosas q para ellos todabia no estaba lista bla bla bal ) Pero prometo acordarme lo que fui y lo que pensaba, y intentar entedera mis hijos , sobrinos, hijos de mis amigos, amigos de mis hijos , y cualquiere pendejo q de vueltas quejandose de nuestra generacion .
Aunque me convierta en una vieja de mierda, no voy a perder mi escencia de pendeja que todo lo puede (??)



:)


Let's go all the way tonight
No regrets, just love
We can dance until we die
You and I
We'll be young forever