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5/1/12

LOS DISCAPACITADOS EMOCIONALES


A veces creo que el discapacitado emocional tendría que tener su propia enciclopedia. Una donde se pueda acudir para interpretar gestos, reacciones y significados de algunas expresiones que nos salen naturalmente. Simplificaría muchas cosas y nos evitaría horas de explicaciones eliminando para siempre de nuestra biblioteca de frases automatizadas el famoso “no, no es eso lo que quise decir”.

El discapacitado emocional gusta de tirar de la cuerda. De empujar. De medir al otro. De ver cuanto está dispuesto a soportar. El gran problema es que ponemos esas pruebas de entrada, todas juntas. El examen de ingreso más difícil. Levantamos la vara tan alto después de haber sido lastimados que pedimos excelencia sentimental sin tener en cuenta que justamente no somos los más adecuados para hacerlo.

Ésta patología imaginaria que nos adjudicamos nos lleva a crear un idioma nuevo. O al menos un micro mundo donde las palabras no significan lo mismo. Anulamos cualquier expresión afectiva acusándola de cursilería. Contenemos apretando los dientes aquel “Te quiero” para dejar escapar un “No te pongas goma”. Los discapacitados emocionales solemos decirle a la otra persona que no la bancamos, que es pesada, que tendría que dejar de ver las novelas de la tarde porque ya la están afectando. ¿Pero como se llega a este comportamiento? Pues es muy simple: la falta de costumbre. Aceptar ser tratados de manera afectuosa y atenta es la prueba más difícil para nosotros al involucrarnos en una nueva relación amorosa. Pasar del caos y la incertidumbre de estar preguntándonos todo el tiempo que es lo que en verdad siente la otra persona por nosotros a la seguridad y tranquilidad de saber que somos importantes no es algo fácil de asimilar. En realidad si, pero no seríamos discapacitados emocionales si no hiciéramos de lo simple un lío.


Uno cree que cuando finalmente nos llega nuestro final feliz todo se solucionará con un cartelito que diga “…Y vivieron felices manteniendo una relación psicológica y emocionalmente estable por siempre. Fin.”, pero no. Justamente ahí es cuando llega lo peor: el terror, el pánico, la angustia. Básicamente: el saber que algún día se va a avivar. Porque en nuestras cabecitas enfermitas y retorcidas no cabe la posibilidad de que nos ame a nosotros, sino que ama a la imagen que supimos crear de nosotros mismos en frente suyo. No existe la chance de que haya logrado derribar todos los muros que imponemos constantemente. No, es todo una farsa y algún día se va a avivar y se va a ir. Nadie puede estar tranquilo así, conviviendo con el terror, el pánico, la angustia.

El discapacitado emocional necesita su propia clínica de rehabilitación para evitar volverse loco. O al menos alguien que le diga: calmate boludo y disfrutá un poco. Eso debe ser más barato.

(Zabo)

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